Andrew «Sandy» Irvine contaba con 21 años de edad cuando fue seleccionado para participar en la «Tercera Expedición Británica» al Monte Everest en 1924. Lo acompañaba su amigo George Mallory quien hablaba bien de sus habilidades como ingeniero, ya que mejoró el equipo de oxígeno para el viaje y de su buena condición física, pues practicaban remo profesionalmente, aunque, según le contaba a su mujer, no era el mejor conversador.
Más de 200 escaladores han perdido la vida tratando de alcanzar la cima de la montaña más alta de la tierra, y es posible que George y Andrew fueran los primeros en lograrlo, sin embargo aún hoy, las evidencias de este logro no han podido ser comprobadas.
Los dos alpinistas fueron vistos por última vez a través de un telescopio al mediodía del 8 de junio de 1924 y nunca volvieron al Campamento Base. No fue hasta nueve años después, cuando Sir Percy Wyn-Harris igualó la altura de los alpinistas (alrededor de 8380 m), que descubrió el piolet de Irvine sobre una roca en un área de gradiente, donde algunos supusieron ocurrió el percance fatal.
A Mallory lo encontraron en 1999 congelado, pero el cuerpo de Andrew nunca pudo ser recuperado a pesar de las expediciones que se realizaron en su búsqueda. Muchas especulaciones giran aún en torno al “Misterio de Mallory y Irvine» como se refiere a él en los círculos de alpinismo. En primer lugar, la hija de Mallory afirmó que su padre llevaba una fotografía de su esposa con la intención de depositarla en la cima y esta no fue encontrada cuando registraron sus restos, que se encontraban por supuesto en excelente conservación debido a las bajas temperaturas; en segundo lugar, se encontraron sus gafas protectoras en su bolsillo, señal de que probablemente muriera durante la noche, por lo que es probable que después de alcanzar la cima la noche los alcanzó, puesto que es poco probable que, sin haber alcanzado la cima, permanecieran fuera hasta el anochecer.
Ninguna de estas pruebas es concluyente, como lo serían, en caso de que fueran encontradas, el contenido de las cámaras fotográficas que ambos alpinistas llevaban. Si esto fuese cierto, el neozelandés Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay pasarían a ser los segundos en coronar la montaña más alta del mundo.
Uno de los amigos de Irvine escribió: «Irvine no vivió mucho tiempo, pero él vivió bien. En su corta vida él atestó una medida que se desborda de actividad que encontró su punto culminante en su maravilloso año pasado, un año en el que él remó en el victorioso barco de Oxford, exploraron Spitsbergen, se enamoró del esquí, y – quizás – conquistaron Everest.
El amor inglés es más bien para vivir bien que para vivir mucho tiempo». Arnold Lunn