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Charles Robert Darwin, el padre de la evolución







Naturalista inglés, considerado el científico más influyente de la época al plantear la idea de la evolución biológica a través de la selección natural. Su obra “El origen de las especies” (1859) es en gran medida el resultado de sus observaciones realizadas durante su expedición a bordo del Beagle del 27 de diciembre de 1831 al 2 de octubre de 1836.

El capitán Fitzroy dirigía la expedición con el fin de completar el estudio topográfico de los territorios de la Patagonia y la Tierra del Fuego, el trazado de las costas de Chile, Perú y algunas islas del Pacífico, así como realizar una serie de medidas cronométricas alrededor del mundo.

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El viaje, que inició en Davenport, llevó a Darwin a lo largo de las costas de América del Sur, las islas Galápagos, Tahití, Nueva Zelanda, Australia, Mauricio y Sudáfrica y duró más de cinco años, fue tal la impresión del joven Darwin (en ese entonces dispuesto a convertirse en párroco) que después se referiría a esta expedición como su «segunda vida».

«Ha sido el acontecimiento más importante de mi existencia. A este viaje le debo la primera educación de mi carácter. Un verdadero entrenamiento porque tenía que dedicar la atención a diversas ramas de la historia natural y esto me obligó a mejorar y a intensificar mis facultades de observación». (Darwin)

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Darwin observó el crecimiento de los arrecifes de coral en los bordes y en la cima de islas en proceso de hundirse. Elaboró hipótesis respecto a la estructura geológica de algunas islas como Santa Elena y descubrió cierta semejanza entre la fauna y la flora de las islas Galápagos con las de América del Sur y la manera diferencia como una misma especie se desarrollaba en diferentes islas, a partir de lo cual fue construyendo su tesis sobre la evolución.

Darwin quedó maravillado por las inhabitadas islas Galápagos, donde encontró lagartos gigantescos, supuestamente extintos, tortugas y cangrejos de tamaño descomunal, gavilanes y tórtolas amistosas que se acercaban hasta posarse sobre el hombro del perplejo viajero.
El joven relata con entusiasmo en su diario de viaje la grandiosidad de las llanuras de lava en las Islas Cabo Verde, impresionado por las costumbres de algunos animales marinos, en especial, el pulpo.

Posteriormente, en Valparaíso, exclama sobre la Cordillera de los Andes: “Vista desde donde nos hallamos, la Cordillera debe una gran parte de su belleza a la atmósfera a través de la que se divisa. Qué admirable espectáculo el de esas montañas que se destacan sobre el azul del cielo y cuyos colores revisten los más vivos matices en el momento en que el sol se pone en el Pacífico”. (Darwin)